miércoles, 14 de abril de 2010

Las cosas tienen que cambiar (Tercera parte)

¿Y en la segunda guerra mundial?
Bueno, pues antes el papa había apoyado desde el principio, y había llevado al poder, a todas las bandas fascistas, en Italia, Alemania, España, las más deleznables en Croacia. Y al principio de la segunda guerra mundial Pío XII amenazó a “millones de católicos del ejército alemán”: “Han jurado, tienen que obedecer.” Les metió en la cabeza que el Führer era el jefe supremo de los alemanes y que negarle obediencia era pecado. Este papa no sólo expresó, en mitad de la guerra, gran simpatía por Alemania, sino también, literalmente “admiración por las grandes cualidades del Führer”. Incluso le transmitió a éste, a través de dos de sus nuncios, literalmente, que “no deseaba nada con más anhelo que su victoria.”
¿Por qué? ¿Por miedo, por adaptarse? ¿O perseguía la Iglesia sus propios fines?
Pío XII (propietario de una fortuna personal de ochenta millones en oro y títulos) tenía la esperanza de conseguir, en la segunda guerra mundial (25.000 muertos diarios, gasto diario de dos mil millones de marcos) lo que el papado no había conseguido con Habsburgo y el Káiser alemán: el gran objetivo de Roma, convertir en católicos los Balcanes y someter a la Iglesia rusa ortodoxa.
¿Cuál fue la reacción de la Iglesia rusa ortodoxa?
Se puso inmediatamente del lado de la URSS atea, del lado de Stalin. Pues es que, sean católicos, protestantes o ortodoxos, en realidad siempre se trata de lo mismo, de una sola cosa: el poder, el poder, el poder. Y así pues, se hizo una llamamiento a la población para que apoyaran a Stalin, y se celebraron misas para rogar a Dios por la victoria del Ejército Rojo. Un Concilio de 46 obispos le deseó “a nuestro queridísimo jefe José Stalin una larga vida”.
¿La religión nos atonta automáticamente? ¿O también puede ennoblecer a los hombres?
No sé, tal vez en algunas ocasiones ennoblece, sobre todo a aquellos que por sí mismos también se habrían ennoblecido. Pero los cristianos buenos son los más peligrosos, porque se los confunde con el cristianismo. Y todas las creencias absurdas, siempre, nos hacen un poco estúpidos.
Usted lucha contra la literatura de mal gusto, el modo de vida americano y la crueldad contra los animales. Estos distintos combates, ¿surgen de una fuente común?
Sí, así lo creo: surgen de un aparato sensorial especialmente sensible, de una gran repugnancia tanto de lo falso como de lo injusto.
Hablando de América, ¿piensa usted que la religión es un factor importante de la política de Bush?
Desde luego que sí. De eso no hay ninguna duda, dada la mentalidad de muchos americanos, que son tan propensos a la beatería. En cuanto al presidente mismo, lo considero suficientemente retardado como para creerse las cosas “religiosas” que dice. Por una parte. Por otra parte, lo considero una persona con tan poco personalidad como para no creerlo. Sin querer subestimar su falta de inteligencia, esto último me parece incluso más probable.
¿Qué le respondería usted a un niño que entrara en una iglesia y le preguntara lo que es?
Citaría a Nietzsche: la sepultura de “dios”. Un recuerdo petrificado de algo que muy probablemente no existió jamás.
Usted ha dedicado su vida a una obra inmensamente extensa. ¿Volvería a hacer lo mismo?
Pues me gustaría haberlo hecho de otra manera en algunos casos: mejor, mejor en el sentido formal. Y lo que más me habría gustado es, no luchar contra algo (algo tan necesario como combatir el cristianismo) sino a favor de algo: la liberación de los animales. Pues lo que les llevamos haciendo desde hace miles de años, a unos seres tan sensibles como nosotros, que se alegran y sufren como nosotros: permitirles que nazcan sólo para poder sacrificarlos y comerlos, eso es el mayor crimen de la historia de la humanidad, algo horrendo. Lo pienso todos los días, a menudo, pero no debo pensarlo mucho para no volverme loco.
Una persona como usted, que probablemente no cree en la vida eterna, ¿se enfrenta al hecho de que la vida sea transitoria y la muerte definitiva?
Sí, son cuestiones sobre las que reflexiono. Soy viejo. Está oscureciendo, y la luz es mi color favorito. Pero prefiero morir con miles de dudas que morir eufórico pagando el precio de la mentira.
¿Tiene usted un sueño?
Mi madre solía decir que yo era un soñador obstinado. Me hice mayor y tuve algunos sueños, entre ellos el sueño del progreso, de un mundo mejor. Ahora casi sólo hay un progreso con el que sueño: que los políticos y los curas no nos den miedo, sino risa.

http://www.weltwoche.ch/..ausgaben/2007-14/artikel-2007-..14-es-muss-anders-werden.html

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