martes, 13 de abril de 2010

Las cosas tienen que cambiar (Segunda parte)

¿La reforma supuso un avance, una humanización del cristianismo?

No, para nada. Significó continuar con los crímenes. Bien es cierto que Lutero desenmascaró las leyendas de los santos como cuentos. Pero mantuvo las leyendas bíblicas; la creencia en el diablo; en las brujas; el exterminio de los herejes; el antisemitismo, la guerra, la servidumbre, el príncipe. A eso se le llama reforma.

¿Y en Suiza? ¿Zwingli fue mejor?

Zwingli no quería que lo confundieran con Lutero, le sabía muy mal que los papistas lo llamaran luterano, pero no era tan independiente, al menos en la práctica. Al igual que Lutero se amparaba en los príncipes, él se amparaba en el Consejo de Zurich, la ciudad república autónoma. Al igual que Lutero combatía los levantamientos de los campesinos, al igual que Lutero actuaba en contra de los que bautizaban, al igual que Lutero (y que todos los cristianos auténticos) se mostró a favor de la guerra. Igual que Lutero, dividió las tierras y, a diferencia de éste, atacó con toda violencia a los católicos del interior de Suiza. Finalmente, opinaba que “la Iglesia sólo podía renovarse por la sangre”. La sangre era siempre lo que más les deleitaba, sobre todo la de los demás.

¿Y Calvino?

Ay, ese asceta enfermizo, pálido, vestido de negro, que parecía no sentir nada por la naturaleza ni por el arte ni le gustaban las mujeres ni disfrutaba de la vida, que sólo sentía un ansia insaciable de poder, que sólo quería imponer sus teorías, su dictadura teocrática; fanatismo acérrimo, espionaje sistemático, castigar y meterse en lo más privado de las vidas de los demás. Basta con pensar en su comportamiento vil hacia Miguel Servet, reformista como él, médico y filósofo de la naturaleza, a quien por una diferencia teológica metió en la cárcel y luego lo quemó en la hoguera, dejando que ardiera vivo durante media hora, hasta que la víctima, que no paraba de gritar, se convirtió en una masa de carbón. Doscientos años más tarde, Edward Gibbon, el gran historiador de la Ilustración, afirma que este sacrificio “le conmovió más que los miles que murieron en las hogueras de la inquisición”.

Una sociedad atea, ¿es automáticamente una sociedad mejor?

No, desde luego que no. Pero una sociedad sin “Dios”, sin mitos, sin la base de unas religiones mentirosas militantes, me parece algo a lo que merece la pena aspirar. No sé si las cosas mejorarán si cambian. Pero cito a Lichtenberg: “Pero las cosas tienen que cambiar para poder mejorar”.

Los casos de pedofilia, ¿son un fenómeno nuevo, o forman parte de la Iglesia?

Por supuesto que la pedofilia no es nada nuevo. Eso existe en la Iglesia desde que existe la Iglesia, incluso antes, en los tiempos del cristianismo primitivo. Si leemos las cartas de Pablo, las auténticas y las seis falsificadas, se encuentran, igual que en otras partes del Nuevo Testamento, todo tipo de “pecados” sexuales.

¿Las “perversiones” de los sacerdotes están relacionadas con el celibato?

Es muy posible. Pero la mayor parte de los célibes no le hicieron mucho caso al celibato, en lugar de renunciar a UNA mujer mantenían a montones de ellas, en cierto sentido el matrimonio de los clérigos es sustituido por un harén de clérigos. En el siglo VIII, San Bonifacio pilla a los curas con cuatro, cinco o más concubinas en la cama. Luego hubo en Basilea obispos con veinte, con sesenta y un niños, incluso los monasterios están llenos de mujeres, y las monjas le hacen la competencia a las prostitutas. En el siglo XIII, hasta los papas se lamentan de la indecencia del clero, les dicen que son peor que los laicos, la podredumbre de los pueblos. En el siglo XV, en el Concilio de Constancia, el que quema a Hus, participan además del Espíritu Santo setecientas prostitutas públicas, sin contar las que se trajeron los propios padres del Concilio.

¿Y los propios papas?

En el mismo siglo, el papa Sixto IV, el que construyó la Capilla Sixtina, que lleva su nombre, y también un burdel de mucho éxito, cohabitaba con su hermana y con sus hijos. ¡Y en 1476 introdujo la fiesta de la Inmaculada Concepción! Por descontado que después de las reformas tridentinas continuaron las bacanales del clero. Incluso en el año 1970, una asociación católica de Munich lamenta la hipocresía los sacerdotes católicos, que mantienen relaciones secretas similares al matrimonio.

Entonces, ¿está usted a favor de abolir el celibato’

Para nada. Yo, al igual que los papas, estoy totalmente a favor del celibato: el que quiera ser católico, el que quiera ser cura católico, que se aguante.

¿Se puede decir que el primer cristianismo fue bueno, pero que la Iglesia lo convirtió en algo malo?

Eso es lo que creen muchos. Pero, aparte de que el cristianismo no tiene nada, absolutamente nada de original (desde la Navidad hasta la ascensión, todo son plagios), ya el primer tomo de la Historia Criminal testimonio en casi cien páginas las luchas de los primeros cristianos contra el judaísmo.

Usted mismo es la mejor prueba del espíritu liberal del cristianismo. En el Islam, haría ya tiempo que le habrían colgado una fatua.

Y antes, en el cristianismo, me habrían excomulgado, o colgado, o quemado, durante siglos. Que nadie se confunda: hoy en día es sólo la relativa impotencia del clero lo que impide que quemen a sus enemigos.

¿Vivimos en una sociedad laica, o la religión sigue siendo un factor importante, o incluso que va a más?

No hace falta más que encender la televisión para ver el tratamiento que reciben las iglesias y sus dirigentes, el papa, el espacio que se les dedica, los comentarios . . . Por no pensar lo que ocurrirá entre bastidores.

El papa actual, ¿tiene cabida dentro de su historia?

Sí, en la medida en que parece que continúa en todos los aspectos esenciales la política de sus antecesores, sobre todo la terrible represión sexual que me temo que seguirá cobrándose víctimas mientras vivan y mueran los hombres. El legado de quienes le precedieron se documenta en mi obra Política de los papas en el siglo XX, de casi 1400 páginas.

Benedicto XVI, ¿podría romper, si quisiera, con esta lamentable tradición?

En contra de lo que se suele creer, no tiene tanta importancia quién encabeza la curia. Por más poder que tenga, su margen de actuación es limitado. Depende de todo el aparato burocrático y jerárquico, de tendencias políticas y teológicas, de pugnas dentro de la curia y fuera, en la iglesia de los obispos. En la práctica, el papa, aparentemente un autócrata, está atado por todos los lados, muchas veces las decisiones ya están tomadas antes de que él las pronuncie. Rara vez tiene el papa la capacidad de integrar los extremos, a menudo no es más que el órgano de ejecución de un bando u otro. En resumen, el Vaticano es una camisa de fuera para su soberano.

¿Se pueden dar cifras de la víctimas del cristianismo?

Si a las víctimas directas (paganos, judíos, musulmanes, herejes, brujas, indios) se le suman las indirectas, por ejemplo las de las dos grandes guerras del pasado siglo, que todas las Iglesias cristianas alentaron con insistencia, no cabe duda de que han sido varios cientos de millones de humanos; por no hablar de los animales.

Vamos a ver. Las víctimas de las dos guerras mundiales, ¿se las atribuye usted a la Iglesia? El régimen comunista de la URSS era ateo, y los nazis también estaban en contra de la Iglesia. Los cristianos estaban en su mayoría del lado de las víctimas, o se opusieron a los regímenes totalitarios.

Casi todo eso es cierto. Ahora bien, y ahí está la vergüenza, las Iglesias, la católica, la protestante y la ortodoxa, todo el clero colaboró con los regímenes que hicieron la guerra, fue una íntima colaboración por todos los lados.

Pónganos un ejemplo. ¿Qué papel desempeñó el papa durante la primera guerra mundial?

Pío X, fanático antieslavo, prácticamente metió a Austria en la primera guerra mundial. Y también el secretario de estado del cardenal Merry del Val, nada más estallar el infierno, dijo literalmente que “tenía la esperanza de que la Monarquía fuera hasta el final”. Hay documentos que lo prueban sin lugar a dudas. Y hay miles de sermones vomitivos animando a la guerra, que rebosan de fervor bélico y espíritu asesino. A las matanzas las llaman “primavera de los pueblos”, “tormenta de Pascua”, el silbido de las balas es “el canto de la misa”, los cañones “altavoces de la piedad que llama”, las trincheras son “la gruta de Getsemané”, la campo de combate es “Galgatá”, y el instante de la muerte, el “momento divino”. Ahí estaban los cristianos, pero eran víctimas y también culpables, ambos.

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